Dejó colgada su sonrisa en cada percha de la casa. Abrió ventanas, barrio los patios.
Recogió agua del aljibe y algunas ramas del naranjero del fondo.
El perro seguía echado debajo del banco de madera. Escuchaba cada movimiento. Y esperaba.
La tarde iba tiñéndose de violetas cálidos que parecían canturrear bajo las cuerdas de la vieja guitarra.