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domingo, 6 de diciembre de 2015

Mi Jardinero.

Mi padre me observaba. Entendía perfectamente lo que estaba pasando por mi cabeza.
El se iba, su larga enfermedad le avisaba que ya era hora de emprender vuelo. Y yo, allí, pequeña, menuda, empezando apenas a despuntar una adolescencia que clamaba cariño y compañía, y él me dejaba.
Lo supo desde la noche anterior.
Cuando ya en sus continuos delirios veía peces de colores flotando y en el fondo de la habitación la guadaña abriéndole camino; era la señal.
Descansó. De su pena, de su dura lucha diaria contra el bicho que le carcomía por dentro.
Pero yo me quedaba sola. Sin sus grandes manos pecosas . Manos de trabajador y de hombre bueno. Se callaba su voz ronca que resonaba en mis oídos cada vez que dudaba ante algo.
Te fuiste muy pronto. Te perdiste muchas cosas buenas. Y me dejaste sin tus canas, sin tu café cargado a mitad de tarde, sin tus herramientas organizadas y tus zapatos limpios.
Papá.
 Una  palabra tan corta y tan grande.
Te perdiste la risa limpia de unos nietos maravillosos. El florecer de tu compañera de viaje que siguió viviendo pese a su dolor ,los  árboles que abonaste, despuntando al viento regalando flores que te acompañaron en tu viaje apresurado.
Tu mar querido se quedó revuelto y sólo, sin tu caña y tus anzuelos.
Hoy y siempre te traigo a mis días, a mis horas, a mis flaquezas y me cobijo en tus ojos limpios y tu mirada sincera y sé, sin duda alguna, que caminas a mi lado.

1 comentario:

  1. Un reconocimiento muy sentido, ante una perdida irreparable.
    Un respetuoso saludo.

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