Siempre he sentido curiosidad y admiración por las islas, por esos trozos de tierra situados en cualquier parte que aparecen de pronto en medio de un mar azul y vacío y que sorprenden con sus relieves y crestas. Me parece increíble que rodeada de aguas profundas y oscuras, se asomen descaradas y orgullosas soportando el peso de tanta vida sobre ellas.
Cuando llegué a esta isla, me encantaba mirar al mar a lo lejos desde mi ventana, sonreía y lo abrazaba con enormes tenazas para abarcarlo todo. Cada día lo veo menos, el cemento y los ladrillos han ido tapando esa vista.
He pasado veranos fantásticos en otra vecina, pequeñita, rodeada de vientos helados y cálidos atardeceres.
Me han abrazado campos de amapolas silvestres encontradas por el camino. He dormido con la bruma que de a poquito se cuela por las ventanas y me he mirado infinidad de veces en un mar transparente y tranquilo que me regala sal y arena.
Siempre ha estado allí. desconocida por muchos, olvidada por otros, arrinconada por ser pequeñita.
Hoy escupe fuego, remueve lavas dormidas, aletea queriendo escapar.
Yo miro desde lejos el revuelto mar que ansia su calma.
Y miro que pase pronto, sin romper nada a su paso, sin dañar.
Porque yo volveré a quedarme, como tantas veces, mirando sus aguas profundas y tranquilas desde el mirador que lo bordea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario